En Mortal y rosa, sobrecogedora y tierna elegía de la infancia, Umbral evoca la muerte de su hijo. Desde la inhóspita revelación de la pérdida, construye un largo monólogo en que la muerte actúa como coartada maravillosa que convierte su pesadilla humana en una fuerza catártica y liberadora.

Muy diferente al Umbral que uno conoce por los artículos de periódicos, por libros del estilo "Memorias de un niño de derechas" y cosas así. Este libro es mucho más íntimo y suena a mucho más sincero. Umbral, al parecer, empieza a escribir una especie de diario, sin acotaciones de fecha, con sus impresiones personales y las reflexiones que se le van ocurriendo, incluyendo varios poemas en prosa o en verso libre. Por ejemplo, dedica un buen número de páginas a divagar sobre la vida y la muerte a partir de ver su propia imagen en el espejo por la mañana. En un momento determinado, aparece el hijo, que nunca es mencionado por su nombre, y que va ocupando progresivamente los pensamientos del autor. Pero el hijo de Francisco Umbral enfermará y morirá siendo aún muy pequeño. El autor se desahoga, sí, pero no despotrica. No pierde la calma. Si acaso, acentúa aún más la distancia que ya había puesto antes entre él y el mundo. Si yo fuese crítico literario utilizaría aquí las palabras "lucidez" e "ironía", pero como no lo soy me quedo con cierto desprecio distante por el entorno, incluyendo su éxito literario y mundano. Ya ni el sexo (real o imaginario) le satisface.

Al contrario que otros diarios íntimos que circulan por ahí (pienso en los que perpetra Salvador Pániker), éste sí que llega al lector, y emociona. Esto es sorprendente en un autor que puede llegar a ser tan antipático. Aquí no lo es. Simplemente se muestra como él mismo se ve, sin artificios, aun sabiendo que está escribiendo un libro que será publicado. Lo cierto es que me ha conmovido. ( )

Se hace difícil definir Mortal y Rosa desde un cánon tradicional, porque la considerada como la obra maestra de Francisco Umbral se escribió eludiendo clasificaciones, huyendo de las críticas, dándole conscientemente la espalda al reconocimiento literario y a la propia literatura en sí. ¿Ante qué estamos? ¿Las anotaciones de un diario íntimo? ¿Un ensayo sobre la vida y la muerte? No ante una novela convencional, desde luego. Quizás lo más acertado sea dejarlo en un poemario en prosa, que gravita sobre la figura del hijo de cinco años del autor, al que trágicamente la enfermedad se lo arrebata cuando va por la mitad de su libro, ensombreciendo sus páginas y tiñéndolas de un nihilismo afilado.

Así, Umbral comienza la tarea anotando sus impresiones diarias, las alegrías que le proporciona oír crecer a su hijo, como dice él, los recuerdos de su propia infancia que despiertan, las dudas que le surgen ante la insólita tarea de ser un padre. Todo ello acompañado de reflexiones sobre el acto de escribir y tanteos sobre el fin último de la vida, hasta que la tragedia entra en escena y en el libro sólo hay hueco para el desgarro de los padres, para la rabia y la impotencia, para una nada sorda e indiferente.

Umbral hace gala de su erudición recurriendo en todo momento a los poetas que admiraba (Guillén, Salinas, Jiménez, Góngora, y un largo etc.) y colando subrepticiamente formas poéticas en su prosa (endechas, versos alejandrinos, rimas escondidas). Por ello, cuando se publicó Mortal y Rosa ya estaba fuera de su tiempo, fuera de cualquier tiempo. La obra funciona con sus propios mecanismos y no es fácil encontrarle un equivalente en la Historia de la Literatura, salvo acudiendo a antologías poéticas. Leer Mortal y Rosa hoy es leer a ese autor transparente en el que Umbral creía, el que no proyecta su figura sobre lo que escribe, sino el que es escrito por su prosa, y asistir a un inmejorable retrato de la desazón, de la indefensión, de la angustia humanas, un ejercicio doloroso iluminado por el frío fulgor del vacío al que los autores de hoy no nos tienen acostumbrados. ( )

amarga recuperación de la memoria histórica en un círculo social estrecho, gris, amargo y escasamente creativo. ( )