Juan Gil

Al final de estos dos gruesos tomos uno se queda un poco agotado. Gil parece conocer a todos los conversos que pasaron por Sevilla y alrededores, a todos los oficiales de la Inquisición y, en general, a todo bicho viviente de la época. No solo el texto, también en las notas (por cierto, de lo más incómodo eso de que estén al final de cada capítulo, una manía editorial que no he comprendido nunca) nos cuenta todo tipo de detalles, desde historias tremendas hasta puros cotilleos. Este hombre se ha leído todos los documentos sevillanos desde mediados del XV a mediados del XVI, incluyendo los protocolos notariales, que se dice pronto. Y, de algún modo, consigue enlazar los datos para contarnos, como digo, las vidas de todo quisque. Eso impresiona mucho, en verdad.

Pero también es cierto que uno echaría de menos algo más. Con frecuencia el autor hace breves comentarios, a modo de jaculatorias, muchas veces irónicos y de tipo moralizante. Dos o tres veces mete algún parrafillo más general. pero uno, como lector de Historia, querría que toda esta información se pudiera condensar en algunas conclusiones generales. Es verdad que he sacado algunas por mi cuenta: que la Inquisición fue un invento de Fernando el Católico, incluso contra la voluntad del Papa, por motivos políticos; que se fue manteniendo porque era una inagotable fuente de ingresos y de poder; que los poderes ya establecidos, tanto los nobles como los altos eclesiásticos, la miraron con mucha desconfianza, y que inspiraba un pánico enorme en la población por su impunidad casi absoluta. También me queda claro que muchas veces los procesados pagaban con sus vidas, pero muchas otras llegaban a acuerdos económicos incluso colectivos ("composiciones" se llamaban). Bien, pero me hubiera gustado que el autor, el historiador, me ofreciese algo más que una tremenda ensalada de datos: una interpretación coherente y general, algo que sirva para ampliar mis conocimientos, algo que no tenga que olvidar rápidamente. Pues eso le falta a esta enorme obra.

He visto que hay más tomos, hasta ocho (qué barbaridad). Nada en mis dos tomos lo indica. a lo mejor las conclusiones vienen en alguno de los tomos que me faltan. Pero solo de pensarlo se me cae el alma a los pies.… (mehr)

A finales del siglo XVI la gobernación de las islas Filipinas empezó a entrar en contacto directo con el Japón, que estrenaba entonces, bajo el mando férreo de Hideyoshi, una nueva política internacional, mucho más ambiciosa y agresiva. A partir de 1593 no pasó apenas año sin que se sintiera temor en Manila a una posible invasión japonesa. Después, con el cambio de dinastía, remitieron los miedos y se abrió una nueva vía comercial, activa sobre todo en los dos primerios decenios del siglo XVII. El tráfico mercantil trajo consigo el intercambio diplomático, que poco a poco subió de nivel y de rango. Primero fue el gobernador de Manila; después el virrey de la Nueva España y, por último, el propio Felipe III quien despachó embajadores a la corte del Shoqun.

Esta obra narra la historia de este notable cruce de embajadas, tan marcado por intereses contrapuestos (religiosos, comerciales y políticos), a los que sirve el Pacífico de telón de fondo; y, como obligado complemento, Juan Gil nos ofrece en este volumen una cuidada edición de los informes enviados por las legaciones respectivas… (mehr)